Mentiras piadosas (cuento meteorológico)
Tiempo atrás se soltaron de la mano y ahora, la certeza de un mar interminable ponía ante sus ojos un continuo ejercicio de distancia.
—Te escribiré cada día que llueva, dijo él, aquel viernes tiznado de nostalgia, suponiendo que la lluvia se pondría ciegamente de su lado. (¿Acaso la lluvia no conspira a favor de los amantes?).
Desde entonces bastaba que cayeran cuatro gotas de frágil desencanto, para qué, papel en mano, le escribiera de brumas y tormentas.
Así llovieron veintisiete domingos en hilera y al imperio porfiado de la lluvia el amor fue un aguacero de palabras.
Una clara mañana como tantas, el jardín se pobló de flores nuevas y al presagio de un sol incandescente se le aguaron los ojos de tristeza.
No llovió más, ni el domingo siguiente ni nunca.
Cada día (con puntual obediencia de tren suizo), buscaba en el confín del horizonte un reguero de nubes cenicientas, un enjambre de truenos, un aval, un cartel, una evidencia.
Una tarde de verde primavera el latido ruidoso de una carta pareció conjurar el maleficio.
“Miénteme que llueve”. ©
Publicado en la Revista "Imaginaria" / Marzo 2003.
Contado al aire en el programa de radio "A vos te cuento Buenos Aires", de Roque Vega. Radio UAI
Ilustración: Liniers / "Enriqueta viendo llover"