Pertenencia
Aquellos ojos de tristeza verde,
aliviadores de la sed y el pulso,
imperativos de un ardor de fiebre,
eran los ojos tuyos.
Aquellas manos que sembraban rosas
en el comienzo de la nueva luna,
reparadoras de las almas rotas,
eran las manos tuyas.
Aquellos pechos de maná del cielo,
dulce presagio de carnal conjuro,
brasa caliente de mis labios secos,
eran los pechos tuyos.
Aquella boca de abrigado manto,
pecaminosa de infantil ternura,
que obraba besos como Dios milagros,
era la boca tuya.
Del libro Llevarás en la piel.