Tu ausencia (cuando sea)
y verte confundir en el paisaje,
en andas de la pena más pequeña
que ronde por el aire.
Te llevarás la luna que era nuestra
y el último lucero de la tarde,
el cielo casi gris y una tormenta
de lágrimas de nadie.
Acaso partirás cuando septiembre
se vuelva primavera
con áspero sabor a fruta verde.
A solas, sin preguntas ni respuestas,
ni pésame, ni arengas,
ni nada por decir, ni adiós, ni vuelve. ©
Del libro De diluvios y andenes.